Entrevista a Chango Spasiuk
Por Marcos Calligaris

Chango Spasiuk llega a Córdoba para presentar su octavo álbum, Pynandí – Los descalzos, donde vuelve a traducir en sonidos sus recuerdos de infancia entre inmigrantes.

Nacido en la ciudad misionera de Apóstoles, cerca de la frontera con Brasil y Paraguay, y  proveniente de una familia de ucranianos, Chango comenzó a tocar el acordeón desde muy pequeño.

Los sonidos de su música no podrían ser ajenos a la carpintería de Lucas, su papá violinista y de Marcos, su tío cantor; los patios musicales de tierra colorada, los pies descalzos, el clima subtropical, la selva, los anchos ríos; los agricultores de azadas y machetes, las plantaciones de yerba mate, los dúos de cantores. Todos esos componentes -que son él- lo iban a acompañar en su camino, primero por pequeños pueblos, luego por el circuito festivalero nacional y finalmente por los grandes escenarios mundiales.

En 1989 en el camarín del festival de Cosquín, Chango conocería a Atahualpa Yupanqui, a quien admira profundamente. El destino quiso que como presagio de lo que vendría, en ese mismo festival celebrado hace ya veinte años, el acordeonista recibiera el premio Consagración de la cita coscoína.

A partir de ese momento comenzaría a alejarse involuntariamente del ámbito de los festivales, algo que le dolió, pero al mismo tiempo su carrera daría un salto al exterior, donde se presentaría en un sinfín de ciudades del viejo continente, codeándose con músicos de la talla de Pat Metheny o el mismo John Mc Laughlin.

Influenciado tanto por músicos del folclore nacional como por la música clásica, en 2005 sus sonidos calaron hondo en el plano mundial. La BBC de Londres lo coronó como “Mejor Nuevo Artista World Music” por su disco ‘Tarefero de mis pagos’. En el catálogo de la ceremonia, el jurado expresó que “sus innovaciones se comparan con el trabajo de Piazzolla en la reelaboración del lenguaje del tango en los 60”. Sin embargo Spasiuk no cree en las comparaciones, se conforma con que su música genere una sonrisa.

Desde su casa en Buenos Aires, el músico que también conduce su programa ‘Pequeños Universos’ por Canal Encuentro, se prepara para pasear su música por Córdoba el próximo 29 de agosto.

¿Te sentís cómodo en Buenos Aires?
‘El hombre está donde está su corazón’, dicen los hombres que saben, y mi corazón está en mi música y en donde ella me lleve. Lo que hace expresar mi música, mi trabajo y expresarme como individuo, de alguna manera hace que me mantenga en eje, en un mismo lugar. Hace que esté donde esté me sienta cómodo. Ahora estoy aquí, circunstancialmente hace veinte años, pero no me genera conflicto interior.

¿No pensaste en volver a instalarte en tu Apóstoles natal?
No, es difícil que piense en esa dirección en este momento. Siento que todavía no estoy en una etapa de mi vida en la cual sienta que sea momento de volver a algo conocido.

¿Creés en eso de que hay que tener un lugar a donde volver en la vida?
En realidad sí hay un lugar al cual hay que volver en la vida, pero no es un lugar afuera de uno. Me parece que donde hay que poner energía es en tratar de encontrarlo dentro de uno mismo a ese lugar. Eso es lo que hace a cómo se ve luego todo lo que nos rodea en la superficie. Lo que sí pienso es en volver a conectarme con gente para desarrollar algún tipo de actividad social o de servicio.

¿Con la música también te planteás un retorno a cuestiones esenciales de la vida, un retorno a tus raíces?
Yo no me acerco al lenguaje de la música desde un punto de vista tan intelectual. Ya sea el hecho de que mis padres son hijos de inmigrantes ucranianos, o el contexto de una provincia metida entre el sur de Brasil y Paraguay, o haber crecido rodeado de una población mestiza y criolla, todo eso entreverado hace a un lugar y para mí es todo natural.  Yo tomo todo y me expreso con un lenguaje que es la música folclórica con la cual se expresa la gente de ese lugar. Todo eso está en mi mundo emocional, entonces la música no es un fin, sino una herramienta como para preguntarme, para reflexionar. Como uno vive en un mundo de las formas, yo me expreso de la forma que me es natural y espontanea. Esa forma después se clasifica como polka, como chamamé…  

 

Observando la música

“El artista es la mano que, mediante una u otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana. La armonía de los colores debe fundarse únicamente en el principio del contacto adecuado con el alma humana, es decir en lo que llamaremos el principio de la necesidad interior”, escribió el pintor Wassily Kandinsky en su libro ‘De lo espiritual en el arte’.
Kandinsky rechazaba cualquier interpretación objetiva de las obras artísticas. Chango Spasiuk coincide con el ruso, considera que la apreciación del arte es una experimentación única y que el sonido puede dar un montón de sensaciones visuales.

¿Cómo es esto de que la música puede dar sensaciones visuales?
Kandinsky está hablando del arte como una cosa sumamente compleja, que abarca al hombre y sus preguntas, al hombre ante su existencia, no solamente como una posibilidad de entretenimiento, de evasión, no es el fútbol. Wassily Kandinsky dice que si te acercás a un cuadro y prestás atención, pero no como cuando uno mira la tele, sino estando realmente ahí, el color puede dar una sensación auditiva. Entonces si uno se detiene ante la música, el sonido puede dar un montón de sensaciones visuales, hay toda una narración, todo un contenido que está siendo expresado en ese sonido y no necesariamente en el lenguaje conceptual de las palabras. Todo está narrando algo, hasta la música instrumental, es cuestión de saber detenerse ante eso.

¿Es posible encontrar en el arte, en la música puntualmente, lo que se busca cuando se lo busca a Dios?
La música es de alguna manera la posibilidad de poder detenerse en este momento, es un anhelo de que este momento sea algo diferente a lo cotidiano. El que toca está en la misma condición del que está enfrente, el que viene a escuchar un concierto. Ambos están necesitados, no de lo que yo pueda dar como intérprete o compositor, sino de que ese momento sea algo diferente. En ese instante uno se presta atención. Atahualpa marcaba la diferencia entre “alumbrar y deslumbrar”, y es eso, uno está tratando de alumbrar algo como si fuese un fogón en donde se siente un poquitito a salvo. Eso no es entretenimiento, es un momento en que uno está atento a algo que no son los problemas cotidianos; es la posibilidad de detenerse y prestar atención al ahora. Utilizar la música permite estar ante algo mucho más grande que mis problemas ordinarios, pero usar la palabra dios es como caer en palabras que usamos todo el tiempo y yo no quiero ir en esa dirección.

Una composición tuya puede resultar a veces difícil de clasificar en cuanto al género. ¿Creés que hay un punto de encuentro entre todos los géneros musicales, un momento en que la música se vuelve universal?
Sí, pero por ahí el punto de encuentro no es la forma, no es el parecido de la melodía o la armonía, sino la sensación que te genera escucharlo. Con Yupanqui sucede. El punto de encuentro es un estado. Eso es lo que responde a cuando me preguntan cuál es la reacción de los diferentes públicos en el país o en el exterior cuando escuchan chamamé. En todos casos el punto de contacto es la sensación ante el sonido.

¿Qué sensaciones creés entonces que genera tu música en Europa?
Lo que me han dicho es parecido a lo que me dicen acá. Tiene que ver con las emociones, con encontrar algo que más allá de conocer o no sobre el chamamé o la música del litoral, es acercarse a una música que tiene esperanza. Por momentos puede ser alegre, o profundamente melancólica, pero siempre hay algo de esperanza. La esperanza, que es un sentimiento y no un pensamiento.

 

Al encuentro de pequeños universos musicales

No sólo de su música vive Spasiuk. Todas las expresiones musicales lo atraen, son mundos que lo estimulan, que lo alimentan. A la caza de esos ‘Pequeños Universos’ ha salido el misionero por Canal Encuentro.

¿Cuál es el fin de tu programa televisivo?
Mi objetivo es mostrar la música de cada rincón del país sin que yo esté contándola, yo soy la excusa para que esas situaciones se expresen por sí mismas. Entonces interactúo de una manera natural, o toco, o me callo, y esas son formas legítimas de interactuar con el otro, pero cuanto menos contamine la situación, mejor.

Se acaban de cumplir 20 años desde que fuiste Consagración de Cosquín. ¿Cuánto cambió tu vida a partir de ese hito?
En la superficie hubo cambios, pero no en mi relación con la música. Ha cambiado mi manera de ir desarrollándola. De ser una persona sumamente exitosa en el circuito de festivales, pasé a desaparecer casi totalmente de ese circuito. Pero mi relación con la música sigue siendo exactamente la misma de cuando tenía 10 años, es sonreír, tocar y ver qué me pasa con el acordeón y con la música.  Lo que uno llama carrera se ha ido desarrollando, el concepto de mi música también, es cuando decís ‘ahora mi música suena así’.

¿Y cómo suena tu música en este momento?

En Pynandí – Los descalzos, no sólo hay un concepto en cuanto a mis composiciones sino en cuanto al repertorio de otros compositores llamados tradicionales, que yo he decidido recrear. Todo eso hace a un concepto que se va desarrollando y puliendo a lo largo de los años. Mi nuevo disco es decir de alguna manera: ‘aquí estoy parado ahora, esta es mi forma de ver la música ahora’.

En una nota reciente, hablando de tu disco hacías una autorreferencia: “Uno no deja de ser lo que es, y yo soy una persona de pies descalzos”. ¿Sabés hacia dónde te dirigís con los pies descalzos?
Los pies descalzos son como fuertes recuerdos, pero no para atrás, sino que todavía están vivos en mí. Son de una infancia descalzo, de estar jugando gran parte del año descalzo en un lugar donde hace mucho calor. Eso está dentro de mí, es lo que yo soy ahora. ¿Me preguntás hacia dónde voy? Hacia saber qué más cosas hay.  El título del disco tiene muchas lecturas, más de las que yo pueda hacer, tiene que ver con la libertad, con la necesidad de ir hacia algo más despojado, más simple.  Sin embargo mi música no deja de pertenecer a un contexto rural, no es una música cosmopolita.

Considerás que no hacés música cosmopolita, sin embargo fuiste premiado internacionalmente y frecuentás festivales de Francia, Inglaterra, Alemania, Austria…
De alguna manera sí, pero volvemos al punto de que más allá que uno se encuentre en el Festival de Cosquín, en una peña, o en el Festival de Jazz de Montreal, el hombre que está ahí en cualquiera de esas situaciones aparentemente diferentes, es el mismo. Y todos estamos buscando lo mismo, sonreír.

¿Qué sucede cuando el fin de la música deja de ser la sonrisa y se convierte en una industria?
Creo que no hay que tener lecturas tan extremistas, de alguna manera hay un plano del desarrollo de la música que como cualquier otra cosa, entra en una serie de reglas de juego que están relacionadas con lo que llamamos el mercado. Yo hago esta entrevista porque más allá de la posibilidad de transferir y recibir un intercambio a través de la conversación, hay otro fin, que es anunciar un concierto en Córdoba, o un nuevo disco, y no es ni mejor ni peor. No pierde valor mi intención de que esta conversación sea lo más humanamente constructiva aunque haya otros fines simultáneos. Lo mismo sucede con la música, si uno trabaja y el trabajo se desarrolla en una cierta dirección, aparecen las herramientas con las cuales uno puede grabar. Para grabar hace falta una cierta estructura. Si no, sería imposible hacer algo, porque uno estaría pensando todo el tiempo si se lo merece o no, si es justo o no. Las cosas son como son.

¿Cuáles son tus principales influencias musicales?
Los músicos del chamamé son los que me han influenciado en el chamamé. Luego, en algunos aspectos técnicos, las influencias más directas son de la música clásica. En cuanto a todo lo demás, son un estímulo y un alimento para nutrir mi entusiasmo acercarme a la música.

¿Qué pensás cuando un jurado como el de los Awards for World Music, dictamina que las innovaciones de Chango Spasiuk “se comparaban con el trabajo de Piazzolla en la reelaboración del lenguaje del tango”?
De alguna manera hay un desarrollo, pero las comparaciones hay que tomarlas con pinza. Lo tomo de una manera simpática, no puedo tomármelo muy enserio. Salvo el premio, que es un signo de consideración y respeto por mi trabajo, algo que yo agradezco. Ese premio me ayudó mucho a desarrollar mi trabajo no sólo fuera de Argentina, sino también dentro.

¿Cuál es tu relación con el acordeón, cómo llega tu contacto con el instrumento?
En mi infancia me sentía totalmente atraído al instrumento porque era lo que rodeaba las situaciones sociales, los casamientos, las kermeses, los cumpleaños.

¿Con qué se va a encontrar la gente en tu show del Teatro San Martín?
Principalmente vamos a presentar el nuevo disco, de punta a punta. Habrá invitados. El eje es el disco, y es una excusa para tocar toda la música que pueda.

Pynandí- Los descalzos, ¿es tu mejor disco?
Siento que es el mejor. Se supone que algo he aprendido. He aprendido a exponer mis ideas de una manera mucho más nítida. Pero como dije antes, todo es una manera de decir “ahora estoy parado aquí y esto es lo que tengo para compartir”.

Y lo que tiene para compartir Chango Spasiuk es música. Pero no sólo música para escuchar, también música para observar, para saborear, para sonreír.