Por Marcos Calligaris

Suena el teléfono en Madrid. Cae la tarde en la capital ibérica y el que atiende es Jorge Drexler. El cantautor montevideano descansa en su casa previo a la larga gira que en septiembre lo depositará en Argentina, para presentar su show.

Cantante, compositor y también médico otorrinolaringólogo, Drexler lleva ya quince años viviendo en España, donde ha desarrollado lo más importante de su carrera artística. Con una decena de álbumes editados, sus canciones han sido grabadas por artistas de la talla de Ana Belén, Rosario Flores, Pablo Milanés, Ketama, Jovanotti, Jaime Roos, y la tanguera Adriana Varela, entre otros.

Autor de éxitos como ‘Horas’, ‘Me haces bien’ o ‘Todo se transforma’, el gran salto mundial lo dio en 2005 cuando obtuvo el Óscar a la ‘Mejor Canción Original’ por el tema ‘Al Otro Lado del Río’, compuesto para la película ‘Diarios de Motocicleta’ y que lo convirtió en el primer artista latinoamericano en recibir el prestigioso galardón por una canción en español.

‘Amar la trama’ se llama su último disco, al que el propio Drexler define como “el registro de un evento, la interacción de un grupo de personas que se junta para hacer música en el cuarto de una casa”.

Ese trabajo es el que podrá apreciarse en Quality Espacio. “Tengo muchas ganas de ir por Córdoba. Es un territorio que me hace acordar mucho a la mentalidad autonómica que hay en España. Tienen sus propios códigos, su propia manera de hablar, su propia visión del mundo, su historia muy antigua, muy propia. Tocar ahí es siempre una experiencia muy diferente a la de tocar en Buenos Aires”, afirma palpitando el show.

¿‘Amar la trama’ surge a partir del primer corte ‘La trama y el desenlace’, o ese concepto fue el punto de partida en el proceso creativo?
El título es lo último que pongo en los discos. Como los míos no suelen ser discos conceptuales, el título aparece al final, cuando te ponés a pensar qué tienen en común las canciones. Así fue cómo surgió la idea del trayecto y el punto de llegada, que en realidad es una idea muy poco original en el pensamiento mundial, porque el hombre siempre se ha dado cuenta rápidamente que lo que importaba era el camino, más que el lugar de llegada.

En ‘la trama y el desenlace’ hacés alusión a Éric Rohmer. ¿Te sentís identificado con la nouvelle vague francesa?
Me gusta mucho Rohmer de casualidad, por una amiga que es profesora de cine francés y que veía todos los días una película de él. Si bien no estoy familiarizado con toda la corriente, Rohmer me flechó, me mató. Sus películas están centradas en lo que pasa subterráneamente, en lo que pasa en el momento, en la interacción entre las personas. Por eso se me ocurrió citarlo, cuando veía una película suya decía “no pasa nada y no sé por qué, pero me encanta”.
También me gusta otro tipo de cine, pero la idea de dos personas que simplemente van caminando por la ciudad me hace acordar a la vida misma, que es eso, un tránsito.

Podría decirse que tu nuevo álbum es un momento indeterminado en la vida de alguien…
Eso es importantísimo para mí. Uno dice “se casaron, vivieron felices y comieron perdices”. Perfecto, pero me interesa saber qué pasó a la mañana siguiente, qué pasó a los tres meses.
‘La trama y el desenlace’ habla de eso. Se trata de ir, de venir, de estar en fase con una persona, a veces perderla y volverla a retomar. Toda la canción está basada en una anécdota mínima: dos personas están caminando juntas y de repente una de ellas cambia su paso para ponerlo en fase con el de la otra persona. Toda la canción gira en torno a ese instante, tiene una estructura temporal muy rara, parecida a la de “Todo se transforma”.

Podría decirse que con el Óscar en mano llegaste a una especie de prematuro final feliz en tu vida artística… ¿Sentiste la necesidad de reinventar el día después?
Creo que lo más importante de tener éxito para mí, fue darme cuenta para lo poco que sirve y comprobar lo malo que es el mundo de las expectativas. Con las expectativas suceden dos cosas, si no se cumplen viene la frustración y si se cumplen, soportás el vacío que traen. Imaginate si toda mi vida desde chico me pasaba preparando el discurso para cuando me entregaran el Óscar… Luego de que sucede, te invade una sensación de vacío muy rara. O bien aprendés algo relativizando lo que pasó, o te volvés loco pensando en que eso es lo máximo a lo que has aspirado en tu vida. O bien te la creés y te volvés una especie de persona insoportable. Hay que tener mucho cuidado.

Además ‘éxito’ es una palabra muy desagradable. Siempre me gusta recordar que en medicina se utiliza como sinónimo de ‘muerte’. ‘Éxito’ viene del latín ‘exitus’, que significa salida, y cuando los médicos no quieren que el paciente se entere que se está por morir, dicen: “el paciente va hacia el exitus”. Y para mí. De alguna manera el éxito es una variable de la muerte. Es algo que se congela, te dan un título. Si te lo creés es muy malo y si no te lo creés es bueno, porque te das cuenta que no  hay territorios conquistados, que es una pelea diaria por la inspiración, por afinar, por encontrar el ritmo, por sentir lo que uno canta.
El Óscar me sirvió mucho para darme cuenta lo que no quería ser.

¿Con este álbum sentís que te sacaste una mochila?
Sí. Un día estaba sentado en una mesa con mi amigo Ben Sidran. De pronto él levantó una copa de vino y me dijo: “You know my friend, life doesn’t get much better than this” (Sabés amigo, la vida no se pone mucho mejor que esto). Esa frase parece pesimista, pero en realidad asumir que lo que tenés entre manos es suficiente, debe ser la cosa más reconfortante que debe haber. Es saber decir “ya está, esto está tan bien, que hay que disfrutarlo, no hay que esperar que se ponga mejor”.

En el disco participan tu mujer, Leonor Watling, tu hijo Pablo y el más chico, Luca, quien aparece a modo de musa. También hay temas grabados en tu casa ¿Es tu álbum más intimista?
Sería muy fácil para mí decirte que en este último disco puse todo. En todos los discos puse todo lo que tenía. En el anterior –‘12 segundos de oscuridad’- que está escrito en Cabo Polonio, metí vivencias muy íntimas, las tenía escritas en centenares de archivos chiquititos de viajes en aviones, o momentos raros y difíciles de mi vida.
La misma sensación tuve en ‘Eco’, un álbum donde pensé que lo había dado todo. Nos metimos un mes entero en un estudio de Uruguay con unos músicos increíbles. Luego fuimos a España y estuvimos otro mes más…
Lo que sí es diferente en este disco es que definí algo importante para mí. El disco de alguna manera dice “esto es lo que hay”. Y lo que hay para mí en este momento es Madrid. Por más que ame a Montevideo, que es mi ciudad principal, en este momento estoy viviendo en Madrid, ya desde hace mucho tiempo. Entonces abrí los ojos y dije “lo que tengo a mi alrededor es precioso”. Y lo que ves en ese álbum es lo que tengo acá: mi grupo de amigos, los músicos, mi familia…

En ‘Tres mil millones de latidos’, decís: “Hay gente que es de un lugar. No es mi caso,  yo estoy aquí de paso’. ¿Es una metáfora con respecto a tu vida o al hecho de vivir en otra patria?
Si ves en la pregunta, vos mismo hacés la distinción entre los verbos ‘ser’ y ‘estar’. Es una canción metafórica, no habla tanto de algo geográfico, sino del hecho de estar de paso en el mundo.
Tres mil millones es el número de latidos que da un corazón humano promedio. Es un número enorme, si contás mientras estamos hablando vos y yo, lo hacemos a un promedio de ochenta latidos por minuto, pero en tiempo geológico es nada, un guiño. Creo que tener esa perspectiva ayuda a relacionarse con los demás, con el planeta, con la historia de uno.
Por supuesto que yo soy motevideano, me crié en el barrio de Punta Gorda y sé perfectamente quienes son mis hermanos, pero se trata de soltar un poco el lastre de la pertenencia.

Viajar por el mundo con la música ¿te cambió la forma de pensar?
Viajar te hace ver el mundo desde los dos lados. Te quita arraigo y te da perspectiva.
Al disco anterior lo presentamos en 16 países de Latinoamérica y me quedan muy pocos lugares donde no he tocado, Bolivia y Ecuador. Eso hace que cuando vuelvo a Uruguay, veo las cosas realmente en otro contexto.

En cuanto a lo estrictamente musical, en el disco hay una notable ausencia de la electrónica. ¿Qué buscás con la utilización de instrumentos ‘reales’?
Generalmente los discos están hechos por partes, como un collage. A veces los músicos ni se conocen entre sí, van un día cada uno a grabar. Hay un punto de fuga que es la cabeza del constructor, el arquitecto que  lo va diseñando. En esos casos, el resultado final es tu elemento, lo que buscás.
Pero en el caso de este disco, lo que se registra es la interacción de las personas, no las pistas de los instrumentos, sino lo que los une entre sí. La materia prima de ‘Amar la trama’ es la comunicación y lo que se registró es un evento, el evento de quienes están haciendo música en una habitación. Es un disco que no tiene metrónomo, que se mueve en el tiempo.

Al álbum lo acompaña un DVD donde se puede ver claramente esa interacción entre los músicos…
Sí, para mí el disco no se entiende sin el DVD. Siempre tuvimos la sensación de estar grabando algo más que un disco. Y como el eje era la interacción, preferiría que no se escuchara el disco sin haber visto el DVD.

¿Te genera algo especial cantar en Córdoba?
Tengo muchas ganas de ir por Córdoba. He tenido experiencias preciosas con cordobeses, como aquella vez que vino a cantar conmigo un coro de maestras rurales.
Córdoba es un territorio que me hace acordar mucho a la mentalidad autonómica que hay en España. Tienen sus propios códigos, su propia manera de hablar, su propia visión del mundo, su historia muy antigua, muy propia. Tocar ahí es siempre una experiencia muy diferente a la de tocar en Buenos Aires, por ejemplo. Algo muy parecido me pasa en Rio Grande do Sul (Brasil), o en las autonomías españolas. Es gente que le da mucha importancia a la identidad de sus regiones.

La invitación está hecha. El 22 de septiembre en Quality Espacio Jorge Drexler tendrá la oportunidad de mostrar en vivo el proceso que lo llevó concebir su último disco.