Entrevista a Fritz Sander
Por Marcos Calligaris

El viaje por los serpenteantes caminos del Valle de Calamuchita me deposita en la casa de Fritz Sander y su mujer, Gerda.
Fritz, o Federico –como lo llaman algunos en Villa General Belgrano- es el último marinero, al menos en esta ciudad, del legendario Admiral Graf Spee, uno de los acorazados insignia del régimen hitleriano, y que fuera autohundido a inicios de la Segunda Guerra Mundial en el puerto de Montevideo.
Considerado en su momento como una obra maestra de la ingeniería naval, la misión del Graf Spee consistía en actuar como corsario en el Atlántico sur. Apoyado por su buque de abastecimiento, el petrolero Altmark, sus órdenes eran hundir buques mercantes británicos sin entrar en combate con fuerzas enemigas considerables, amenazando de esta forma vitales líneas de suministro aliadas y distrayendo unidades navales británicas de sus bases, en otras partes del planeta.

Fritz Sander fue uno de los tantos marinos alemanes, que luego de la destrucción del buque en Uruguay -bajo las órdenes de su propio capitán Hans Langsdorff- se quedó en Argentina y formó aquí su familia.
Sander trabajó primero en una compañía de electricidad de Buenos Aires hasta que un día conoció a Gerda, de quien se enamoró. Así y todo, en un momento decidió regresar a Alemania, pero su joven novia lo quería de regreso y le costeó el pasaje de vuelta. “Yo le pagué el ticket para que se volviera; estuve trabajando en una librería, y durante diez meses fui a pagar la cuota del pasaje”, recuerda Gerda, mirándome con unos imponentes ojos azules.

¿Cómo llegaron a Villa General Belgrano?  Un día Fritz tuvo problemas respiratorios y el médico le recomendó que se buscaran un lugar en Córdoba.
En la ciudad del OktoberFest, el alemán tenía al menos 15 compañeros y de los Speemann –como se conoce a los marinos del Graf Spee hoy sólo queda uno, él.

 

Recuerdos por doquier

 

Traspaso la puerta de su cálido domicilio. Los cuadros, las fotos y los recuerdos le dan un marco casi barroco al hogar.
El español de Fritz no es muy bueno, es Gerda quien me advierte que le cuestan algunas palabras, “por eso yo me pongo cerca, por si se le olvida algo,” aclara la mujer y se sienta a la mesa junto a nosotros.
Inmediatamente la mujer toma la delantera preguntándome sobre qué pienso hablar con Fritz. “Sucede que ya vinieron varias veces y le hicieron preguntas capciosas, lo único que les interesaba saber es si había algún nazi acá en el pueblo,” reprocha la mujer.
A esa altura ya tenía en claro que la entrevista no iba a ser sólo con Fritz Sander, sino también con su mujer, quien indudablemente tenía mucho que contar. A ella me dirijo para abrir la entrevista.

En muchas ocasiones se ha hecho alusión a los nazis cuando se habla de Villa General Belgrano…
“Si”, contesta la mujer, pero agrega con tono desafiante: “Los nazis… ¿cuántos años pueden tener? ¡Por favor!.. ¿Noventa años? Ya no hay. Habrá habido, pero yo no conozco a ninguno”.
De todos modos la idea de esta entrevista no era salir a cazar nazis, sino obtener información de primera mano, de lo que significó para un marinero alemán (sobre)vivir en aquellos años, en aquel barco insignia, en aquel cacho de historia escrita por el bando ganador. Y como sugiere Lito Nebbia, “eso quiere decir que hay otra historia”. Estoy frente a una de ellas, la de Fritz Sander.
Fritz mira a su mujer y parece impacientarse un poco, de modo que acelero el trámite, y ante mi primera pregunta me veo sorprendido por la memoria y lucidez del ex marino.

¿En qué año llegó a Argentina?
Llegamos el 18 de diciembre del 1939.

¿Qué edad tenía usted en ese momento?
Veinte, pero la mayoría de mis compañeros tenían dieciocho.
Gerda, interrumpe la entrevista -que ya parecía encaminarse- con un bocado que provoca la risa de todos, y el rubor de Fritz. “De joven se parecía a Brad Pitt”, asegura la mujer, apuntando su índice hacia un cuadro con una imagen juvenil de Fritz. (Sinceramente, no encontré ni un ápice de semblanza física con el “Principito hollywoodense”.
Pero la entrevista ya estaba en marcha y había mucho de qué hablar. Continuamos.

El Graf Spee había salido, en primera instancia a realizar otro tipo de tareas y de un día para el otro les dieron la orden de hundir barcos mercantes…
-Si-, contesta Fritz Sander. “Nosotros salimos de Alemania el 21 de agosto de 1939.”

Todavía no se había declarado la guerra.
No. Inglaterra y Francia nos declararon la guerra el 3 de septiembre y nosotros ese mes ya estábamos en el Atlántico Sur. Esperamos hasta el 20 de septiembre, porque Alemania ofreció dos o tres veces la paz, pero ellos se negaron y justamente el 27 de ese mes, recibimos la orden de comenzar con el hundimiento de barcos de carga.

¿Cuál fue la primera acción que realizaron?
El 27 de setiembre hundimos el primer buque inglés enfrente de Pernambuco, en Brasil. El segundo hundimiento fue un mercante inglés, pero ya en la ruta del Atlántico Norte. Estos hundimientos causaron mucha inquietud en los ingleses, ya que en muy poco tiempo el Graf Spee se había trasladado de una punta a otra.
Luego de eso, en noviembre nos encontrábamos en el Océano índico y hundimos un petrolero frente a la costa de África Oriental. De ahí retornamos al Atlántico por el Cabo de Buena Esperanza. Y en esa ruta hacia Freetown, hundimos tres buques más.

¿Es en ese momento cuando nació el mito del Graf Spee como barco fantasma?
Si, los ingleses nos buscaban con buques y cruceros, nos perseguían para restarnos presencia en el Mar índico, esa era la idea de ellos.

Se sabe que era un barco moderno para la época…
Era el más moderno, por eso la orden que venía de Inglaterra era destruir la nave, que era muy sofisticada. Pero durante la última batalla sufrimos daños en la estructura, hubo 20 impactos que causaron 56 muertos. Si bien los daños eran menores, había mermado nuestra provisión de municiones. Finalmente, en esas condiciones, nos dirigimos al Río de la Plata y entramos al puerto de Montevideo.

Montevideo era un lugar neutral en teoría… ¿lo podían reparar ahí?
En teoría sí, por eso nos dirigimos ahí. Los uruguayos avisaron que no iban a colaborar, nos daban 72 horas para reparar el buque, pero debido al daño producido necesitábamos al menos una semana.

Y en ese momento tomaron la decisión de hundirlo…
Si, luego de la última batalla hubo una veda y posteriormente el buque fue hundido.

¿Pudieron escuchar la explosión del barco?
Si fue una sensación muy fea, aunque nosotros sabíamos que iba a suceder. Es como si te quemaran la casa.

¿Es posible que el barco sea reflotado en alguna oportunidad?
¿Vos conoces el delta? El piso del Río de la plata es barro, es chicle, vas y te hundís. No se puede.

 

El nazismo, un tabú


¿Le molesta que le hablen del nazismo?
Yo cuento lo que he vivido. Yo trabajaba en una fábrica en Buenos Aires donde éramos todos alemanes y por eso creían que yo tenía conexiones con uno, con otro, con el que construyó el (avión) Pulqui, y a ese avión sólo lo vi en Palermo, cuando pasó volando, pero no tengo ningún contacto.

En el caso del Graf Spee, al ser un barco oficial al mando de un gobierno nazi, genera la posibilidad de que -justificadamente o no -a todos los tripulantes se los pueda rotular de “soldados nazis”…
La oficialidad era nazi, puede ser, pero ellos (los soldados) no. Nosotros somos alemanes como cualquier otro.

 

Mar adentro

Fritz Sander vivió durante un año y tres meses en el Graf Spee. Para él ese período fue toda una vida, y los recuerdos lo invaden cotidianamente. Seguramente por eso, ante la pregunta de cómo eran sus jornadas en el barco, al alemán se le llenan de lágrimas los ojos. Atenta, su mujer da la respuesta que él seguramente está expresando con su mirada. “Su vida ahí era muy linda, él lo recuerda con mucho cariño”.

Me imagino que se forjaron muchas amistades…
-Y si-, prosigue la mujer. “Eran todos chicos jovencitos, había también mucho civiles, cocineros, de todo tipo de gente.”

¿Vivían con la idea de estar inmersos en un conflicto bélico, con miedo, o había momentos en que todo parecía normal?
“No. Teníamos mucha fortaleza,” contesta Fritz, ahora con un tono orgulloso, y agrega “jugábamos bastante en el barco, pero cada ocho horas teníamos que ir de guardia.”
De repente, en medio de la entrevista, en medio de tantos recuerdos y como si tuviera que cumplir con una promesa, Fritz Sander reflexiona con la mirada perdida en su verde patio. “Hay que mencionar al Capitán Hans Langsdorff, fue él quien salvó a la tripulación. En cuanto llegamos nos llevaron en un barco complementario, y cuando el capitán vio que todos los soldados estábamos a salvo en migraciones de Buenos Aires, se suicidó,” recuerda Fritz.

La alusión y toma de posición de Fritz respecto al capitán del buque no es un detalle menor, ya que el rol de Langsdorff en la batalla del Río de la Plata y el destino del Graf Spee, permaneció al menos difuso, y fue y es materia de controversia. Algunos historiadores lo han calificado como “una persona de primera clase, pero un guerrero sin imaginación”. De hecho, el Almirante Raeder dejó una marca negra en el registro de Langsdorff en escritos de posguerra, cuando lo critica por perder su barco atacando a tres cruceros simultáneamente. Otros en cambio han señalado que la evidencia muestra claramente que Langsdorff siguió estrictas órdenes, “atado” completamente a su deber, su obediencia, y su código personal de honor.
Sea visto como sea por parte de los historiadores, el comandante del Graf Spee fue y es recordado con admiración por una tripulación a la que salvó por completo.

Me retiro tras eludir una insistente invitación a almorzar. Fritz y Gerda, se van hacia el centro de la ciudad ya que en momentos tendrán una partida de Skat –un juego de cartas alemán-.
Mientras, en la tranquilidad de un pueblo que ha sabido acogerlos como hijos, imaginan y planean un inminente viaje de placer que los llevará como cada vez que pueden a su siempre añorada y nunca olvidada Alemania.