Entrevista a Adriana Varela
Por Marcos Calligaris

Adriana Varela es de esas minas con las que da gusto hablar. La gata suena grave, suena sincera, suena nostálgica, suena sentimental. Quizás por eso le bastaron sólo unos pocos años para convertirse en una estrella de la canción. “La Varela” era fonoaudióloga y rockera, pero un día cantó un tango y se dio cuenta de que también esa música la conmovía. Entonces se propuso dejar todo y brindarse en cuerpo y alma desde un nicho donde el varón siempre se reservó el derecho de admisión, el tango.

El sonido ronco de su voz me toma desprevenido: Adriana, tenés la misma vos que al cantar…

Eso me decía el polaco, “vos cantás como hablás, por eso me gustás”.

 ¿Cómo fue la niñez de “La Varela”?

Fue una niñez de clase media, con padres profesionales, en una casa muy moderna, con muebles muy modernos, con muchas cosas creativas de parte de mi papa. Mi mama era una maestra súper comprometida con su causa, que era trabajar en villas.

Yo me crié con mi hermano, que es menor que yo, un tipo muy sencillo que hoy es mi manager. Era la única nieta mujer, o sea que era híper mimada y tenía todos los focos apuntándome a mí, tanto, que cuando empecé a crecer tuve que revelarme mucho para romper el modelo que habían pensado para mí. No sé cual era, pero seguro que no era éste.

Se puede decir entonces que tu cuna no fue precisamente arrabalera…

No, no tuve esas raíces. Lo que sí tengo es barrio. Soy de Avellaneda, soy del sur. Sé lo que es el barrio y eso me ayuda muchísimo a comprender conceptualmente al tango.

¿Y qué escuchabas?

A los 11 años escuchaba los Beatles, Rolling Stones, y luego cuando fui creciendo, Led Zeppelin, Deep Purple, The Who, Yes y lo último que me copó fue The Police y Prince en los ‘80. De lo local me gustaban Spinetta, Manal, Lito Nebia.

 

¿Cómo te ganabas la vida?

Yo soy fonoaudióloga, me dedicaba a tratar pacientes con patologías neurológicas, y cantaba por hobby. Siempre laburé, hasta que de golpe me quedé sin nada y me puse a cantar, pero estaba en banda. Laburaba por el taxi.

 

La imagen del polaco

La “gata” Varela llevaba una vida “normal” hasta que descubrió el tango de una manera mágica. “Había alquilado Sur, de Pino Solanas, y lo ví al Polaco, me rompió la cabeza. Me estaba hablando del barrio. Solita me fui a buscar el tango, al Café Homero, donde quedaban los últimos bastiones del tango, hombres que tenían la historia recordada y vigente, viviente, de lo que era el Buenos Aires sin shoppings”.

La cantante cuenta cómo empezó todo en ese mítico café. Cuenta Varela que una noche  el bandoneonísta Néstor Marconi (que rescata su “ser personal”) la alentó a cantar, a ella que “nunca había cantado un tango”, y Goyeneche acodado en la barra, cuando ella terminó de cantar “temblando”, le dijo: “Donde yo vaya venís vos, donde yo cante cantás vos”. Un mandato que Varela se dispuso a cumplir, entrando al tango por la puerta grande, y gracias a una gran mano. “Logré meterme en un lugar aparentemente tan prohibido, me lo habían permitido y yo lo había atravesado”, dice Adriana.

 

 ¿Cómo repercutió en tu vida aquella anécdota el polaco?

Fue un cambio absolutamente radical. Desde el momento en que él me apadrina y me dice que lo tengo que seguir, me cambió todo. Ahí dejé el consultorio. El descubrimiento del tango me provocó lo mismo que cuando escuché el primer rock que me movió el piso. Fue la misma sensación física, orgánica, más que intelectual.

 

Tu carrera fue muy vertiginosa. En 15 años te volviste una artista clásica.

Tengo una carrera muy corta, sobretodo para el tango, que tiene muchos popes. Y fue muy intensa también. Los críticos dicen que estaba haciendo falta una voz diferente, aggiornada, menos solemne, que dijera el tango de una manera más clara y que el atrevimiento mío vino bien. Es lo que dicen, yo desde adentro no lo puedo ver, lo transito.

¿Se te hizo fácil al lado de un pope, como lo definís vos?

En realidad, más allá de estar con Goyeneche, empiezo en bolas. No tenía ni un mango partido al medio. Pero también fue mi inconciencia la que me llevó a estar acá hoy, porque me podría haber salido todo como el traste, ¿no?

¿Te sentís instalada?

No siento que estoy instalada y no me siento cómoda instalándome. Siento que sigo caminando en la búsqueda. Es una sensación endógena.

¿Y esa búsqueda donde te puede llevar?

En realidad mi búsqueda trasciende la frontera de la música. Es una búsqueda de la vida, que después se expresa en la profesión, en la vida afectiva, en la relación con amigos. La búsqueda es una búsqueda de caminos. Creo que es posible que pase cualquier cosa en la vida. Soy una convencida de que el que tiene certezas en este mundo está completamente loco.

Melancólica de nacimiento

La gata evidencia una leve sensación de tristeza tanto en el tono de su voz, en su arte, como en su rostro. Es melancolía, es tristeza, no se sabe. Cacho Castaña la definió como una mina que cubre su dolor bajo un caparazón, la describió como una gata herida.

¿Qué cosas te entristecen, gata? 

Uf, -suspira- un montón de cosas. Me entristece mucho la impotencia cuando no puedo ayudar a la gente que lo necesita, me pone mal la injusticia; me angustia la imposibilidad de poder ser Dios; de poder ser alguien absolutamente poderoso como para equilibrar un poco este caos espiritual, social y económico que existe. Todo esto pretenciosamente. Después me entristece todo lo que angustia  a cualquier ser humano: el paso del tiempo cuando hay pérdidas, la falta de comunicación entre la gente, la alienación, la falta de causa, el refugio de los pibes en la droga.

Le damos la razón a Cacho Castaña entonces, sos una gata herida.

Si, soy una gata herida. Me considero, como toda mujer, como todo ser humano, una persona llena de heridas y también llena de alegrías. En verdad, el artista es un ser absolutamente vulnerable.

Aunque no dé esa sensación desde abajo del escenario…

Cuando ves mucha fuerza, es porque te estamos careteando. Los artistas tenemos una postura defensiva. No podrías hacer un trabajo tan expuesto si no te defendés un poco. Pero en verdad, los artistas somos totalmente carenciados.

Sos una mujer muy bella, deseada, pero al mismo tiempo da la sensación de que podrías intimidar a los hombres. ¿Cómo te llevás con los tipos?

Mirá, los tipos que las tienen bien puestas, arrancan sin problemas. El que cree en el mito, en realidad se queda en una fantasía mentirosa. A los hombres que le gustás, le gustás. Los tipos sabios, más allá de la edad, se dan cuenta de que soy como dice Cacho, que me dejo y no me dejo, soy la típica histérica que con una caricia ya está conquistada. Una caricia, no con una mano-agrega.

¿Sabés bailar tango?

No, para nada. El que canta no baila. Son dos ciencias diferentes

Dicen que quien empieza a bailar tango no puede dejarlo más ¿Te sucede lo mismo cantando?

No. En mi caso personal, no. No te olvides de que el que va a bailar, lo hace por placer y yo lo hago por profesión, además de placer. Hay momentos en que no tengo ganas de cantar, es como cualquier laburo. Hay veces que quiero quedarme en la cama viendo una película y tengo que vestirme, ponerme todas las pilas, con onda y a veces no tengo ganas. Me suelo ver aprisionada como toda la gente que labura, aunque tuve la suerte de elegir lo que hago.

Suena muy sincero…

No es que vibrás cada vez que cantás… ¡las pelotas! Lo hacés cuando estás arriba del escenario, pero toda la parafernalia previa de tener que arreglarte, viajar, estar en la conferencia de prensa…termino reventada. Después de todo ese laburo tengo que abrir el corazón para cantar y ese es otro trabajo, esencial. Pero todo el contexto es un laburo que tiene que salir con fritas.

¿El machismo en el tango, es un mito?

Si, absolutamente. Creo que los varones del tango tienen una sobredimensión de la mujer. Es una cuestión edípica muy fuerte, en donde la mujer está tan idealizada que provoca que en algunos tangos haya que bajarlas a patadas porque no se la puede matar interiormente. En realidad nos es sólo de los tangueros, es de todos los varones.

Y vos te metiste en la boca del lobo…

Me metí en Misión Imposible.

¿Qué te ves haciendo en unos años?

Nunca se sabe, pero la posibilidad de volver al consultorio siempre está latente. La terapeuta sigue estando en mí.