Por Marcos Calligaris

Visita a un convento donde las monjas dominicas viven toda una vida puertas adentro, rezando y entregándose a la fe.

“El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible”, afirmaba el novelista irlandés Oscar Wilde. Y bien visible, enclavada en el centro neurálgico de Córdoba, se encuentra la Iglesia del Monasterio de Santa Catalina de Siena.

Esta iglesia no es un más de las tantas que componen el paisaje religioso de “La docta”. Dentro de sus muros y tras rejas vive la comunidad cordobesa de las Monjas Dominicas de la Orden de Predicadores.

Quien entra al templo en horario de oración puede contemplar cómo un grupo de monjas, vestidas con blancos y radiantes hábitos, eleva sus plegarias y canciones. Pero esa postal cuenta con una particularidad: una gran reja las separa de nosotros, del mundo exterior. ¿De qué se trata ese tipo de vida? Una incógnita a develar.

Al costado de la iglesia hay una gran puerta. Tras tocar el timbre una voz femenina nos autoriza a pasar. Luego de un largo pasillo, detrás una pequeña ventana, la Madre Superiora nos entrega una llave y nos comunica que seremos atendidos por Sor Patricia.

Nos dirigimos hacia el lugar donde se desarrollará el encuentro. Abrimos la puerta y nos damos con un diminuto cuarto, también está dividido por una reja.

Una monja llega silenciosamente. Es sor Patricia y está dispuesta a contarnos sobre su Orden.

Trinan algunos pájaros dentro del florido microclima que se conforma en el patio de la iglesia. Y si no fuera por el sonido de saxofón de algún músico ambulante, o por las ofertas de un vendedor que grita en la peatonal, nadie podría creer que se está en pleno centro cordobés.

Una vida dedicada a la oración

Las Monjas Dominicas están convencidas del poder de la oración. Tan convencidas que entregan su vida a la plegaria. “Si no se ora a Dios para que nos bendiga, no pasa nada. Puede haber plata, pero se van a morir de hambre los pobres debido al crecimiento del egoísmo” comienza sentenciando la religiosa, a lo que agrega una reflexión: “Nunca hubo tantos recursos como ahora, y al mismo tiempo tanta gente que se suicida porque no tienen sentido sus vidas.”

Y es justamente la oración la base de todo para esta Orden. La base de la vida cotidiana, la base de toda una organización. Todo lo que se realiza en la comunidad gira en torno al rezo.

Pero las monjas también trabajan “Trabajamos como todos o más”, remarca la monja, pero marca una diferencia con otras órdenes “A diferencia de la Orden carmelitana, que llevan una vida ermitaña, la nuestra es una vida comunitaria. Comemos en común, hacemos recreaciones en común, trabajamos en común”.

Los trabajos no son sencillos según Sor Patricia. Cuenta que algunos monasterios de la Orden se dedican a fabricar hostias, que otros hacen ornamentos, encuadernaciones o restauración de imágenes religiosas.

¿Y los quehaceres domésticos? Ser Monja Dominica no significa olvidarse de esas cuestiones. “También lavamos y planchamos, hacemos de comer, pero todo en grupo,” aclara.

A estudiar se ha dicho

Otro de los puntos distintivos de la Orden de las Monjas Dominicas es el estudio. Consta que para el año1200 eran contadas las princesas o reinas que sabían leer, mientras tanto, el fundador de la Orden, Santo Domingo, exigió que las mujeres de su Orden supieran leer para poder estudiar. “A las 4 de la tarde dejamos todo lo que estamos haciendo y nos ponemos a estudiar teología, sagradas escrituras, liturgias, canto, todo aquello que pueda hacer a nuestras vidas.

Tras las rejas

Pero sin dudas, lo que más sugestiona al entrar a la iglesia de Santa Catalina de Siena es el enrejado que separa a las religiosas. Una reja que ellas prefieren definir como un “símbolo”.

“A mí no me encierra nadie”, asegura Sor Patricia y agrega que “las rejas son algo simbólico, porque de hecho nosotras podemos salir al médico, salimos a votar…”etc.

Silencio. La religiosa cruza las manos, mira hacia un costado y prosigue “Las rejas son un límite que nos divide de todas las ansiedades que no llevan a Dios. No queremos escandalizar con las enrejado, justo ahora cuando todo el mundo habla de libertad. Si no nos entienden no importa, ya llegará el momento”.

Luego, como si su explicación no hubiera sido convincente, dispara. “Cuando uno quiere protección en una casa, pone rejas… Pero en nuestro caso choca un poco, es como la imagen del presidio. No queremos escandalizar, simplemente hacemos algo distinto.”

De la misma manera, asegura que su orden está al tanto de todo lo que sucede en el mundo. “Escuchamos las noticias todos los días e incluso nos llaman para darnos noticias para que recemos, noticias que quizás acá ni salieron en los diarios. Los frailes se ríen, dicen ‘cuando nosotros queremos saber algo venimos a su monasterio”.

La novela

Antes de retirarme es difícil abstraerme del recuerdo de novelas argentinas o latinoamericanas que trataron hasta el hartazgo la temática de la monja víctima que padece el encierro en un convento… Seguramente las monjas de clausura deben batallar constantemente contra los prejuicios. Sor Patricia se despide dejando en claro que ellas no tienen ninguna prohibición, que nunca existieron, y que las normativas de la Clausura quedaron aún más claras luego del Concilio Vaticano II. “Todas esas excentricidades son de novelas, se han hecho muchas novelas con esas historias”.

Sucede que como decía Wilde, el verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.

 

Una obra de Santo Domingo

La vida contemplativa dominicana, surge por iniciativa de Santo Domingo de Guzmán, quien en el año 1206 reunió en el Monasterio de Santa María de Prulla, Francia, a un grupo de mujeres conversas, quienes se dedicarían enteramente a la oración y la penitencia. Es así como Santo Domingo asienta su Orden sobre el pilar de la contemplación.